Podemos echarle la culpa a los mercadólogos, a las empresas, a los vendedores, a las grandes potencias, a los sicólogos que nos hipnotizan para ser consumistas o a otras tantas opciones que existen. ¿No somos parte de la decisión de compra?
Hasta la sociedad debe ser culpada de que compremos un artefacto que hace “casi” lo mismo que uno que ya tenemos y nos cubre las necesidades para las que fue creado y para las que lo compramos. La cuestión está en analizar el “casi”. Más adelante regreso con esa palabra semimágica en este concepto.
Tenemos productos que funcionan, durante un tiempo estuvimos fascinados con ellos y el resto de su vida útil trabajaron sin hacer huelgas. ¿Llegó el momento de cambiarlos? ¿Quién lo dice? Pero más importante aún: ¿Quién lo determina?
El momento puede haber llegado: Porque hay modelos más avanzados, porque hay personas que compran otros modelos, porque ya no representa mi nuevo estatus, etc.
Lo dicen algunos: Por un lado, quienes se beneficiarán del cambio, ya sean vendedores (en busca de su comisión), empresas (para aumentar sus ganancias), marcas (para quedarse con nuestro dinero); por el otro, la sociedad (para vernos con envidia); sí, nos incentivan comprando ellos y nos sentimos fuera de la sociedad si no nos ponemos a la par o tratamos de aventajar a los miembros más gastadores.
Lo determina el comprador: En mi caso, yo. Un miembro de la afamada sociedad, la que supuestamente me obliga a estar a la moda, a gastar mi dinero con la intención de hacer rico a algunos cuando cambie productos que son buenos por uno que es nuevo. Lo importante es saber la razón por la que lo cambiaré y si tengo los recursos, o si el dinero que utilizaré no tiene un mejor destino, como un bien o servicio de mayor importancia o urgencia.
Lo malo: Lo nuevo no dura mucho siendo nuevo. Pronto jugará el mismo papel que el anterior y volveremos a sentir lo que aquel nos hacía sentir. Un pantalón que ya no está al último grito de la moda, un vestido del color de la temporada anterior, un teléfono que el número del modelo fue superado por uno más alto (como pasar del 7 al 8), un vehículo que cambió de carrocería, etc.
Lo nuevo pasa a no serlo y no por eso deja de cumplir con sus funciones. Aquí entra en juego la palabra semimágica que enuncié arriba, el “casi”. Cuando compramos un objeto de última generación, en contadas ocasiones lo hacemos porque desarrolle funciones más acordes a nuestras necesidades; normalmente porque buscamos una función que el antiguo no cubre.
Al ser de nueva generación nos da una sensación diferente y lo podemos mostrar diferente. El “casi”, que no es una nueva función, sino la parte intangible… la emocional.
Llenarnos de emociones que disfrutamos es necesario, no es fácil resistirse a la tentación de felicidad que puede darnos el reconocimiento por parte de los demás o el sentimiento de autorrealización que da el éxito.
Lo nuevo, por lo general, costó un dinero que nos ganamos. Es una recompensa a años de estudios, de trabajo fuerte, de negociaciones exitosas, etc. Lo nuevo nos entrega la sensación de haber triunfado. De la misma forma, pensamos que eso ven los de fuera… y casi siempre es así.
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